lunes, julio 24, 2006

Arachnophobia


Ya desde pequeñita desarrollé un miedo patológico hacia las arañas. De hecho, toda mi familia lo compartía, pero el mío era esa clase de miedo que paraliza sólo con sentir el nombre: “Arañas”. Era algo superior a mí.
Quizá venía motivado por la historia que me contó uno de mis hermanos mayores. Poco antes de que yo naciera, otro de mis hermanos murió a consecuencia de estos seres crueles. “Se lo llevaron las arañas”, me había contado mi hermano. Mi madre no quería hablar de ello; seguramente porque fue durante su ausencia cuando se produjo el fatal acontecimiento.

Al poco de aquel suceso, nací yo y abandonamos la casa en la que vivíamos.

Hace poco, el miedo volvió a mí.

Vagábamos sin rumbo. Mucha gente lo hacía. La guerra había estallado y se aproximaba a nuestros hogares. Fue entonces cuando descubrimos aquella granja abandonada.

Sus propietarios habían huido precipitadamente. Habían dejado algunos restos de comida, derivados del cerdo y de la vaca en su mayoría. No era mucho y pronto se agotarían, pero estábamos fatigados del viaje y no había nada mejor que llevarnos a la boca, además, mi madre había quedado encinta de nuevo antes de que mi padre muriera.
Lo malo era que en aquella granja también había arañas.

“Ni siquiera sabrán que estamos aquí”, intentaba tranquilizarme mi madre. Sin embargo, yo las contemplaba desde la seguridad que me proporcionaba la distancia. Tejían sus trampas mortales en las esquinas elevadas de las paredes, en las escuadras de los desvencijados muebles, en las grietas, en las ventanas… en cualquier sitio a ojos despistados. Era como si me acorralaran, como si me esperaran.
El pánico era superior a mí, pero no podíamos marcharnos, mamá parió y estaba debilitada, por lo que decidí que cuanto más quieta y escondida me mantuviera, mejor que mejor.


A medianoche sucedió. Una araña, una depredadora amarilla y negra bajó por su hilo fino como la seda hasta mi madre todavía débil. La pobre me miró desde sus ojos resignados. “Vete, no te preocupes por mí”, decían conocedores de mi miedo.

Yo permanecía paralizada mientras la cazadora se subía por el cuerpo de mi madre,… mi amada madre.

No sé de dónde saqué las fuerzas para huir de allí. El mismo miedo que me había mantenido inmóvil se convirtió en el motor que me impulsó a hacerlo, el motor que me precipitó a la muerte.

Mis ojos estaban más preocupados de no presenciar el destino de mi madre que de vigilar mi camino. No tuve tiempo casi de avanzar. Enseguida noté las finas hebras pegadas a mi cara. Lo siguiente fue la parálisis. El terror total que atenazaba cada uno de mis miembros.

Ahora la veo. Se acerca despacio a mí. Camina segura por su trampa, sabedora de que no tengo escapatoria.

El pánico confiere a mis extremidades un último hálito de movimiento. No puedo escapar.

Se aproxima. Ésta es negra con manchas rojas como la sangre, igual o más repugnante que la que ataca a mi madre indefensa. ¿Miedo patológico? “Con razón”, me digo.

Me clava su aguijón y siento un dolor agudo y lacerante en mi abdomen. Me paraliza y empieza a devorarme lentamente, despacio.

Primero mis patas, luego me despoja de mis alas y, cuando clava sus colmillos en mi cuerpo para succionar mi vida, siento como muero, como conmigo se marcha otra mosca del mundo.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

¡Uy! Pensé que se trataba de una niña, ya me estaba comenzando a angustiar.
Buena historia.
Gracias también a ti por enlazarme. Siempre te visito y como ya extrañaba un nuevo post, me alegró encontrar este relato.

Saludos

Anónimo dijo...

Yo también pensaba que era una niña, ¡qué susto! Con razón tenía miedo a las arañas, leche.

Un beso.

Anónimo dijo...

Una historia con mucha potencia narrativa. Te felicito y aprovecho para agradecerte tus comentarios sobre mi novela.
Un fuerte abrazo, compañero.

Anónimo dijo...

Ahhhh....este Josemanué!!!! Xaval, yastás linkeao!!!

Es broma, hombre, que sí que se escribir, ¿verdad, Txemo? Bueno, que lo sepas, ya estamos vinculados electrónicamente. Por cierto, en menos de doce palabras supe que no se trataba de una niña!!!

Está bién, miento, miento...me ha impactado y gustado muuucho.

Petonets.

Xavi

Anónimo dijo...

De acuerdo: ¡me atrapaste! Juraba que era una pobre niña desvalida y me imaginaba a su madre a merced de alguna araña venenosa. ¡Y mira tú con lo que nos sales! Excelente historia. Y pobrecilla la mosca :(
¡Saludos, José, y felices vacaciones!