lunes, mayo 29, 2006

Esperanza


A sus quince años, Raúl sabía que se moría. Su única compañía era la cama de aquel frío hospital; el lecho de la transición entre la vida y la muerte. Sus únicas visitas las de médicos y enfermeras.

A decir verdad, fue un milagro que atendieran a un huérfano de quince años y, a pesar de esa atención, Raúl era consciente de que era distinta a la que prodigaban a los niños que sí tenían padres. Ser hijo de un borracho y de una drogadicta muertos a consecuencia de sus vicios, nunca le facilitó las cosas.

Primero fue la mendicidad, después pequeños hurtos sin importancia… La cuestión era sobrevivir. Luego el dolor…

Empezó en un pie y se extendió hacia arriba por la espinilla. Cuando un asistente social lo encontró desnutrido, tirado en una esquina, y lo ingresó, ya fue demasiado tarde. Cáncer de huesos u otra palabra extraña que Raúl no sabía pronunciar. La que sí quedó grabada a fuego en su mente fue “amputación”. Perdió la pierna a la altura de la rodilla, después la perdió entera.

Quimioterapia, medicinas suministradas mediante agresivos cócteles y más tratamientos inútiles. Dolor y malestar. Al fin y al cabo era lo que definía su corta existencia.

Cuando le amputaron la otra pierna, sintió cómo la vida, junto a la poca esperanza que le quedaba, desaparecía de su cuerpo.

Crueldad e injusticia fueron los pensamientos que llenaron aquel vacío. Y cada noche, bañado en lágrimas, se preguntaba el porqué. ¿Por qué cuando la chica más guapa que había visto nunca, le dejó unas monedas en el suelo, aquel gesto le había dado la energía necesaria para intentar renacer de sus cenizas? Un simple gesto… ¿Su primer amor? ¿Vergüenza? ¿Consciencia de su situación?... ¿Por qué cuando había decidido buscar ayuda, harto de la indigencia, le sucedía aquello? ¿Dónde estaba ese Dios que ayuda a los necesitados? ¿Dónde estaba ese sádico al que poder reprocharle todos sus males? ¿Dónde estaba aquel farsante que le arrebataba la posibilidad de conocer el único sentimiento bueno que se había despertado en su interior?

Raúl lloraba.

Raúl lloró despidiéndose de su futuro mientras caminaba lentamente por el túnel que dicen ver todos los que han regresado de la muerte. Raúl lloró en dirección a la luz blanca del final, sin nadie que lo acompañara en esos últimos momentos. Raúl lloró mientras atravesaba la luz que le cegaba, privado de oportunidades.

Raúl lloró cuando la última y primera bocanada de aire salió y llenó sus pulmones.

La luz de la lámpara del paritorio era intensa. El bebé se retorcía llorando boca abajo tras las palmadas en la espalda que le propinó la comadrona.

- Es una niña preciosa, cariño – dijo el padre henchido de felicidad.

- Felicidades. – La comadrona sonreía a los papás mientras depositaba al bebé junto a su madre. – Está llena de energía, parecía ansiosa por llegar a la vida.

La madre sonrió exhausta:

- Lo sé. La llamaremos Esperanza.


*Ilustraciones de Dave McKean.*

7 comentarios:

Anónimo dijo...

Veo que al final has decido colgar uno de tus relatos...
Saludos.

Anónimo dijo...

Muy bonito, muy esperanzador. Je, coincido plenamente con la visión de Dios que tiene Raúl. Cínica que es una.

Anónimo dijo...

Un espacio muy interesante.

Un saludo muy cordial

Anónimo dijo...

Bien hallado tu blog y precioso tu relato...
Cuanto espacio abierto a la esperanza...¡¡

Anónimo dijo...

Vaya, vaya, vaya...Pero si al final va a ser cierto que saber escribir..,jejeje....Me encanta, pero ya sabes que la visión que tenemos de la muerte y de la vida es tan diferente...En fin, precioso.

Xavi

Anónimo dijo...

Mmmmm... ¡Esto es muy bueno! Me alegro de haberte descubierto por pura casualidad. Volveré a disfrutar de nuevos relatos.

Anónimo dijo...

Interesante, polémico, peligroso, da para más, para mucho más...